martes, 30 de junio de 2009

Soliloquio del Farero

Cómo llenarte, soledad,
Sino contigo misma...

De niño, entre las pobres guaridas de la
tierra,
Quieto en ángulo oscuro,
Buscaba en ti, encendida guirnalda,
Mis auroras futuras y furtivos nocturnos,
Y en ti los vislumbraba,
Naturales y exactos, también libres y fieles,
A semejanza mía,
A semejanza tuya, eterna soledad.

Me perdí luego por la tierra injusta
Como quien busca amigos o ignorados
amantes;
Diverso con el mundo,
Fuí luz serena y anhelo desbocado,
Y en la lluvia sombría o en el sol evidente
Quería una verdad que a ti te traicionase,
Olvidando en mi afán
Cómo las alas fugitivas su propia nube
crean.

Y al velarse a mis ojos
Con nubes sobre nubes de otoño desbordado
La luz de aquellos días en ti misma entrevistos,
Te negué por bien poco;
Por menudos amores ni ciertos ni fingidos,
Por quietas amistades de sillón y de gesto,
Por un nombre de reducida cola en un
mundo fantasma,
Por los viejos placeres prohibidos
Como por los permitidos naseabundos,
Utiles solamente para el elegante salón
susurrado,
En bocas de mentira y palabras de hielo.

Por ti me encuentro ahora el eco de la
antigua persona
Que yo fuí,
Que yo mismo manché con aquellas juveniles
traiciones;
Por ti me encuentro ahora, constelados
hallazgos,
Limpios de otro deseo,
El sol, mi dios, la noche rumorosa,
La lluvia, intimidad de siempre,
El bosque y su alentar pagano,
El mar, el mar como su nombre hermoso;
Y sobre todos ellos,
Cuerpo oscuro y esbelto,
Te encuentro a ti, tú, soledad tan mía,
Y tú me das fuerza y debilidad
Como el ave cansada los brazos de la piedra.

Acodado al balcón miro insaciable el oleaje,
Oigo sus oscuras imprecaciones,
Contemplo sus blancas caricias;
Y erguido desde cuna vigilante
Soy en la noche un diamante que gira ad-
virtiendo a los hombres,
Por quienes vivo, aun cuando no los vea;
Y así, lejos de ellos,
Ya olvidados sus nombres, los amo en
muchedumbres,
Roncas y violentas como el mar, mi morada,
Puras ante la espera de una revolución
ardiente
O rendidas y dóciles, como el mar sabe serlo
Cuando toca la hora de reposo que su
fuerza conquista.

Tú, verdad solitaria,
Transparente pasión, mi soledad de siempre,
Eres inmenso abrazo;
El sol, el mar,
La oscuridad, la estepa,
El hombre y su deseo,
La airada muchedumbre,
¿Qué son sino tú misma?

Por ti, mi soledad, los busqué un día;
En ti, mi soledad, los amo ahora.

Luis Cernuda. La Realidad y el Deseo. (1936) Invocaciones.

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