viernes, 3 de julio de 2009

Este amoroso tormento


Este amoroso tormento

que en mi corazón se ve,

se que lo siento y no se

la causa porque lo siento



Siento una grave agonía

por lograr un devaneo,

que empieza como deseo

y para en melancolía.


y cuando con mas terneza

mi infeliz estado lloro

se que estoy triste e ignoro

la causa de mi tristeza. "



Siento un anhelo tirano

por la ocasión a que aspiro,

y cuando cerca la miro

yo misma aparto la mano.

Porque si acaso se ofrece,

después de tanto desvelo

la desazona el recelo

o el susto la desvanece.


Y si alguna vez sin susto

consigo tal posesión

(cualquiera) leve ocasión

me malogra todo el gusto.


Siento mal del mismo bien

con receloso temor

y me obliga el mismo amor

tal vez a mostrar desdén.


Sor Juana Inés de La Cruz.

Sacerdotisa del Alma


Me gustaría dedicarte más que palabras...
Tú despertastes mi alma de un triste sueño, y te sigo. Cuanta confianza he depositado en ti.
Alcanzar mi alma es mi camino, gracias sin fin.
Nada puede ser más armónico que volver a nacer...

A Julieta la sacerdotisa del alma.





jueves, 2 de julio de 2009

Epicuro de Samos

“Principio de toda vida dichosa y, por ello, el sumo bien es la prudencia; es superior a la misma Filosofía; de ella se desprenden las demás virtudes, pues sin prudencia, sin moralidad y sin justicia, no es posible vivir dichoso, como viceversa, sin placer* tampoco se puede vivir racional, moral y justamente.”

Epicuro de Samos

*Cuando habla de placer se refiere a la ataraxia, ausencia de dolor y paz del alma.

Elegancia perdida, ¿la encontraremos?


Decía Epicuro que los placeres que se mantenían

en privado eran propios de las personas que públicamente mostraban sus mejores virtudes. En otras palabras que el disfrute de los placeres terrenales es algo que debe dejarse para la intimidad y la privacidad, siendo así que externa y públicamente sólo se mostrarían las virtudes. Aquel pensamiento del fundador del epicureismo dista mucho de los cánones que hoy imperan en la sociedad. Los modelos a seguir son personas que viven una vida pública llena de placeres fatuos, los cuales casi se confunden con su propia existencia a los ojos de un público inmaduro y ansioso por imitar mínimamente el comportamiento de las estrellas que aparecen en los medios de comunicación masiva.


La elegancia en gran medida es eso: placeres privados y virtudes públicas. De ahí que podamos entender que la sociedad actual ha perdido cualquier atisbo de encontrar en el valor de la elegancia una referencia. La elegancia ha sido desastrosamente reducida a una clasificación de personajes públicos que aparecen bien vestidos en las entregas de premios. Pero comprobemos cuál es la realidad diaria de esas rutilantes estrellas: detenciones por conducir ebrios, fiestas desenfrenadas transmitidas en directo, apariciones en público en harapos -los harapos por muy grande que luzcan un logotipo continúan siendo la ropa que habitualmente usan las personas de muy escasos recursos económicosy desafortunadamente no tienen otra cosa con la que cubrirse- y otros muchos comportamientos que iremos desgranando en esta bitácora desalmada.

Sorprende terriblemente ver cómo los/las elegantes oficiales no son más que una panda de fugaces estrellas que lucen como despojos humanos fuera de los platós de televisión y apenas sostienen una conversación inteligible cuando son entrevistados a la salida de los estrenos. Pero esos son los modelos que nos plantea la sociedad de consumo y que millones de personas en los cinco continentes siguen a pies juntillas.

Sin embargo, uno tiene la incierta esperanza de que este panorama cambiará. Que una nueva generación llena de sensatez y sentido común pueda devolvernos a ese ideal soñado de los epicúreos. Que se vuelva a percibir que el mundo es algo más que imitación, algo más que consumo masivo y que los seres humanos crean en su propia individualidad y afloren sus mejores virtudes. El ser humano elegante como objetivo para una sociedad nueva y más consciente de la capacidad personal frente a la imposición colectiva y mediática.

Bienvenidos los que se atrevan.


Nota

Epicureismo: En el año 306 a. C. Epicuro adquirió la finca llamada “El Jardín” en las afueras de Atenas y fundó su escuela de filosofía. Formada tanto por varones como por mujeres (gran novedad en las escuelas griegas), en ella vivió aislado de la vida política y de la sociedad, practicando la amistad y la vida estética y de conocimiento.
El objetivo de esta filosofía es (como el del resto de escuelas morales helenísticas) el arte de la vida, la realización de una vida buena y feliz. Para el cumplimiento de este objetivo Epicuro consideró que la filosofía tiene una doble tarea: combatir las ideas falsas que fomentan el miedo y el sufrimiento y crear en el sabio un estado de ánimo o talante favorable en toda circunstancia y lugar. Entre aquellas ideas hay que incluir fundamentalmente el miedo al dolor, el temor a la muerte, a los dioses y al destino; la parte de la filosofía que permite resolver estas cuestiones será la Física. La segunda tarea está en manos de la Ética.
La filosofía es para Epicuro el arte de la vida feliz. Por eso la física y la lógica son solo medios para conseguir este fin. Divide la filosofía en Ética (que incluye también consideraciones psicológicas o relativas al alma), Física y Canónica (fundamentalmente lógica y teoría del conocimiento)

Escrito por Pakhitor.

El Banquete o del Amor.


—«El Amor es un gran dios, muy digno de ser honrado por los dioses y por los hombres por mil razones, sobre todo, por su ancianidad; porque es el más anciano de los dioses. La prueba es que no tiene padre ni madre; ningún poeta ni prosador se le ha atribuido. según Hesiodo, el caos existió al principio, y enseguida apareció la tierra con su vasto seno, base eterna e inquebrantable de todas las cosas, y el Amor. Hesiodo, por consiguiente, hace que al caos sucedan la Tierra y el Amor. Parménides habla así de su origen: el Amor es el primer dios que fue concebido. Acusilao ha, seguido la opinión de Hesiodo. Así, pues, están de acuerdo en que el Amor es el más antiguo de los dioses todos. también es de todos ellos el que hace más bien a los hombres; porque no conozco mayor ventaja para un joven, que tener un amante virtuoso; ni para un amante, que el amar un objeto virtuoso. Nacimiento, honores, riqueza, nada puede como el Amor inspirar al hombre lo que necesita para vivir honradamente; quiero decir, la vergüenza del mal y la emulación del bien. Sin estas dos cosas es imposible que un particular ó un Estado haga nunca nada bello ni grande. Me atrevo a decir que si un hombre, que ama, hubiese cometido una mala acción o sufrido un ultraje sin rechazarlo, más vergüenza le causaría presentarse ante la persona que ama, que ante su padre, su pariente, o ante cualquiera otro. Vemos que lo mismo sucede con el que es amado, porque nunca se presenta tan confundido como cuando su amante le coge en alguna falta. De manera que si, por una especie de encantamiento, un Estado o un ejército pudieran componerse de amantes y de amados, no habría pueblo que llevase más allá el horror al vicio y la emulación por la virtud. Hombres unidos de este modo, aunque en corto número, podrían en cierta manera vencer al mundo entero; porque, si hay alguno de quien un amante no querría ser visto en el acto de desertar de las filas o arrojar las armas, es la persona que ama; y preferiría morir mil veces antes que abandonar a la persona amada viéndola en peligro y sin prestarla socorro; porque no hay hombre tan cobarde a quien el Amor no inspire el mayor valor y no le haga semejante a un héroe. Lo que dice Homero de que inspiran los dioses audacia a ciertos guerreros, puede decirse con más razón del Amor que de ninguno de los demás dioses. Sólo los amantes saben morir el uno por el otro. Y no sólo hombres sino las mismas mujeres han dado su vida por salvar a los que amaban. La Grecia ha visto un brillante ejemplo en Alceste, hija de Pelias: sólo ella quiso morir por su esposo, aunque éste tenía padre y madre. El amor del amante sobrepujó tanto a la amistad por sus padres, que los declaró, por decirlo así, personas extrañas respecto de su hijo, y como si fuesen parientes sólo en el nombre. Y aun cuando se han llevado a cabo en el mundo muchas acciones magníficas, es muy reducido el número de las que han rescatado de los infiernos a los que habían entrado; pero la de Alceste ha parecido tan bella a los ojos de los hombres y de los dioses, que, encantados éstos de su valor, la volvieron a la vida. ¡Tan cierto es que un Amor noble y generoso se hace estimar de los dioses mismos!

El Banquete o del Amor. Platón.

¿De dónde eres?

Es curioso pero ayer como tantos otros días me volvieron a preguntar lo mismo. ¿De dónde eres?
Mi contestación siempre ha sido "de Barcelona pero..."
Sé el porqué de esta pregunta... la vida me la pregunta constantemente para que despierte, no puedo ir por mi vida y mi presente como si fuera una extraña o pasajera...
Tengo que vivirla....
Señor@s soy de dónde estoy, soy aquí y ahora!

miércoles, 1 de julio de 2009

Sobre la Elegancia (I)




Atentos a la definición que hace el Sr. Ricardo Yepes Stork




La elegancia

La compostura, sin embargo, se limita más bien a "no desentonar". Aunque sin compostura no es posible la elegancia (esto conviene no olvidarlo), para alcanzar esta última se requiere algo más: ser atractivos, o al menos estarlo, desarrollar el gusto y el estilo, alcanzar la distinción.


Con el fin de comprender un poco qué significa ser elegantes, lo más práctico es analizar los requisitos o contenidos de esta rara cualidad que a todos nos gustaría tener. Lo más inmediato y obvio es que ser elegante significa tener buen gesto. Pero ¿qué es el buen gusto? Ante todo, como nos enseñan Baltasar Gracián y H. Gadamer, es una capacidad de discernimiento espiritual que nos


lleva no sólo a "reconocer como bella tal o cual cosa que es efectivamente bella, sino también a tener puesta la mirada en un todo con el que debe concordar cuanto sea bello". Se trata por tanto de una capacidad que permite afirmar las realidades "gustadas" como "bonitas" o "feas". Pero decir "esto es bonito" o "esto es feo" sólo puede hacerse si "esto", particular y concreto (un vestido, un peinado o un jardín) se refiere a un todo frente al cual el objeto juzgado queda "iluminado" y descubierto como "adecuado" o "inadecuado". El buen gusto es pues "un modo de conocer", un cierto sentido de la belleza o fealdad de las cosas. No se aplica sólo a la naturaleza o al arte, sino a todo el ámbito de las costumbres, conveniencias, conductas y obras humanas, e incluso a las personas mismas. Y desde luego no es algo innato, sino que depende del cultivo espiritual de la educación y la sensibilidad que cada uno haya adquirido. Las cosas de "mal gusto" no pueden ser de ninguna manera elegantes, sino más bien torpes y vergonzosas.


Lógica y afortunadamente, no existe una regla fija que determine qué es de buen y mal gusto. Lo que sabemos es que el buen gusto mantiene la mesura, el orden, incluso dentro de la moda, a la que lleva a su mejor excelencia, sin seguir a ciegas sus exigencias cambiantes, sino más bien encontrando en ella la manera de mantener el estilo personal.


La idea del buen gusto nos lleva a la segunda nota de la elegancia: la distinción. Lo distinguido se opone a lo vulgar, a lo zafio, que tiene ya connotaciones de cierto desaliño y suciedad. Distinguido es lo que sobresale, lo elevado, lo señorial. La persona humana tiende de por sí a moverse hacia lo alto: le gusta volar, soñar, subir, despegarse del peso de la materia y sentirse ingrávida y espiritual, despegada, libre en definitiva. La distinción es aquello que sitúa a la persona humana por encima de la vulgaridad y dentro del señorío. En el caso de la elegancia, la distinción proviene del buen gusto, puesto que éste permite hacer presente la belleza en aquello que el mantenimiento de la compostura nos obliga a realizar.


Cuando la persona dispone su apariencia exterior con arreglo al buen gusto, entonces está bella: guapa, se dice en castellano. Y es esencial entender, como decisiva nota de la elegancia, la presencia de la belleza en la persona. Es ésta la que le da ese aire distinguido y espiritual que, por decirlo así, la desmaterializa y eleva. Claro está que algunas personas tienen una belleza natural, física, que apenas necesita aliños para ser elegante: su porte, su andar, tienen ya una forma naturalmente distinguida y bien proporcionada, hermosa. Estas personas, si tienen buen gusto y son elegantes, pueden llegar a enriquecer su ya natural belleza hasta un esplendor que a las demás les suele estar vedado por su inferior disposición natural.


Es esencial recordar que la belleza significa en primer lugar armonía y proporción de las partes dentro del todo, sean las partes del cuerpo, de los vestidos, del lenguaje o de la conducta. Pero además, como dice Aristóteles, "a las obras bien hechas no se les puede quitar ni añadir, porque tanto el exceso como el defecto destruyen la perfección". "La fealdad -dice Tomás de Aquino comentando este pasaje- es el defecto de la forma corporal, y acaece cuando un miembro se muestra con una forma inadecuada (indecente). Pues la belleza (la elegancia) no se consigue si todos los miembros no están bien proporcionados y adornados". Esto quiere decir que un sólo defecto estropea el conjunto, pues para que la belleza se haga presente en el aspecto exterior de la persona todo en él debe ser íntegro, acabado y bien proporcionado.


Lo íntegro

Lo íntegro es precisamente lo bien hecho, aquello a lo que no le sobra ni le falta nada, lo que está completo y perfecto dentro de sus límites. A los griegos siempre les fascinó esta idea de perfección: lo íntegro es perfecto porque, circunscrito y limitado, dentro de sí tiene su télos, su finalidad, aquello que le da la plenitud. La elegancia envuelve todo el ser de la persona en cuanto ésta es íntegra, poseedora de su plenitud. Por eso, si ser elegante significa ser íntegramente bello, esto no puede limitarse sólo al aspecto del vestido o al arreglo externo. Por fuerza ha de incluir lo que la persona misma es y lo que de ella se manifiesta.


Esta es la idea griega, hoy tan perdida, de que las acciones hermosas, elegantes, son aquellas que uno realiza abandonando su propio interés para emprender la búsqueda de lo en sí mismo valioso, aquello que merece la pena por sí mismo, lo que tiene carácter de fin, lo que una vez alcanzado da la felicidad y la perfección. Este tipo de bienes no son ya los propios del bien decir, o del bien parecer, el arte o la belleza corporal, sino los bienes auténticos, los que realmente nos importan porque no sólo nos hacen felices, sino también buenos. Para los clásicos lo bello, pulchrum, es lo bueno, aquello que conviene al hombre y le perfecciona. Por eso, quien vive en armonía consigo mismo, quien se autodomina, quien emprende esa búsqueda del bien más alto y arduo, ese bien que constituye un ideal de vida, de esa persona se dice no sólo que es buena, sino que tiene kalokagathía, una bondad bella, o una belleza buena, una conducta íntegramente poseída desde sí: ésta es la verdadera elegancia, la que radica en el alma y la embellece porque pone en ella el amor, la virtud y el saber verdaderos.


La elegancia muestra así su dimensión moral, algo que constituye el fondo y sustrato de la otra dimensión, corporal y externa: quien no vive en armonía con sus sentimientos y sus tendencias, quien no sabe lo que quiere y no obra como debe, quien vive en discordia consigo mismo y con los demás, quien no conoce la serenidad y la mesura en sus deseos y acciones, quien es desconsiderado con la realidad que le rodea, quien no reproduce dentro de sí, en su voluntad, afectos e inteligencia, el orden general del universo y del ser mismo, ése no puede ser elegante porque no es bueno, ni dueño de sí mismo. Hasta aquí se extiende la idea de que la elegancia es la presencia de lo bello en la persona.


Reproducir en uno mismo la belleza general del universo es la suprema elegancia. Y esto despierta en los demás el entusiasmo, la admiración. La actitud humana que encamina hacia lograrlo se llama respeto, benevolencia, prestar asentimiento a lo real y ayudar a que cada cosa sea del todo lo que es y lo que puede llegar a ser. Lo indecente, por el contrario, es la prepotencia, atropellar la realidad para someterla a nuestros intereses, pisotear la dignidad de los otros.


La belleza humana no es sólo física, sino también moral. Pero la belleza física, incluida desde luego en la elegancia, no es sin embargo algo simplemente natural. Estaría incompleta si el vestido, el adorno y la proporción no la completaran. El escenario principal de la elegancia, su materia por así decir, es el embellecimiento de la compostura. Y ese embellecimiento puede lograrse al cumplir la inevitable tarea de cuidar de uno mismo: la disposición del atuendo, la ornamentación corporal, los modales distinguidos, la "forma bella de expresar los pensamientos", como define la elegancia el Diccionario antes citado, el modo de moverse, la figura y expresión de cada gesto, etc. La elegancia está en la bella factura de todos ellos. Y ahí es donde se aprende y desarrolla.


Esta bella factura es el escenario donde puede mostrarse otro componente de la elegancia: el arte y el estilo personales, que son la expresión exterior de la propia personalidad y gusto. Un hombre elegante tiene "estilo" propio sabe disponer las cosas con distinción, crea a su alrededor un ámbito cuidadoso y agradable, embellecido por el adorno, pero al mismo tiempo deja traducir un buen gusto característico a través de lo que hace. Por eso el estilo personal es la singularización de la apariencia, el distintivo de la propia figura que la hace inconfundible y en cierto modo irrepetible. La "distinción" radica hoy más en este sello personal que ponemos en nuestra imagen que en el carácter aristocrático de superioridad que en otros tiempos imponía una clase social (D. Innerarity). La elegancia se convierte entonces en cauce de expresión de la personalidad y creatividad de cada uno, en un desafío a la monotonía y a la uniformidad.


Hay que añadir aquí una observación que podría llevarnos muy lejos: `por qué el ornato, el adorno, y no sólo el arreglo y la compostura? Adornar es una necesidad y una costumbre humana que no responde a la manía, o a la simple conveniencia de cubrir lo desnudo o lo vacío. Tiene que ver más bien con la idea de festejar. Todo adorno tiene, en efecto, una doble función: es a la vez representativo y acompañante. Acompaña la representación festiva, y ayuda a ésta. Un traje de boda puede servir de ejemplo. Se trata de un traje extraordinario, superabundante, lujoso incluso, de color simbólico. Realiza una transformación de la novia, y la acompaña, la reviste de atmósfera solemne y festiva al tiempo que significa y realiza su condición nupcial. Se advierte aquí cómo el adorno, el aderezo externo, cumple todo él esta doble función de acompañar y significar lo que la situación exige. Cada ocasión de este tipo tiene unas exigencias y unas conveniencias que el ornato y la figura de la persona deben reflejar, preceder y acompañar. Pues bien: la elegancia preside ese "estar a la altura" que acontece en las ocasiones festivas como adorno y compostura de la persona.


Toda la inmensa capacidad humana de adornar (brazaletes, anillos, collares, pinturas, telas, trajes y utensilios de fiesta) está al servicio de la representación que hace visible y presente lo no inmediatamente presente: el júbilo, la dignidad, la veneración, la gratitud, el recuerdo y la conmemoración... La elegancia encuentra su ámbito más pleno en la fiesta y en las acciones representativas y simbólicas que en ella se dan de modo natural. Las personas en las fiestas parecen distintas, se transforman, se vuelven bellas y elegantes, se ponen a la altura del acontecimiento, y su capacidad creadora tiene entonces ocasión de brillar y de redundar en su torno. Así se transforma un ambiente en festivo.


Aquí surge el peligro de confundir elegancia con simple apariencia. Hay que advertir, como última característica, que no hay elegancia verdadera si no es con ausencia de afectación y fingimiento, con espontaneidad y autenticidad en la expresión. Esto se llama naturalidad, mostrarse tino como es, de modo que lo que aparece responda al fondo y a la interioridad verdaderas. Naturalidad no es pura espontaneidad, sino también mesura, moderación, ausencia de demasía, pues el exceso destruye la elegancia, descoyunta las cosas y los gestos. La verdadera belleza es siempre portadora de naturalidad. Actuar espontánea y moderadamente, con un gusto y estilo personales que muestran en la persona una belleza poseída desde el fondo de ella misma: esto es en resumen ser elegante.


En todo ello los demás son importantes. Mirarnos al espejo, ese dueño de nuestra estima, o sentirnos mirados, es una llamada a embellecernos, a ser elegantes y atractivos como modo de merecer la estimación y el reconocimiento propio y ajeno. Quien ama su dignidad cuida su elegancia. Y así, el cuidado de la propia apariencia añade a la persona la pizca de belleza que le hace amable y atractiva. Es una preparación para el encuentro con los otros, una búsqueda de la nobleza humana del convivir, la creación de un ámbito que está más allá de la pura utilidad: la presentación alegre y festiva de la persona. Ser elegantes consiste en saber encontrar siempre motivos para expresar la alegría por medio del adorno.


Nada se ha dicho todavía de la creación de elegancia. Suele hacerse por medio de modelos (aquí en sentido estricto) que encarnan visiblemente el canon de belleza corporal en cada momento vigente, y el estilo que se hace moda y referencia. Todo ello es socialmente necesario y hoy, como todo, se realiza de modo profesional y empresarial. La imagen del modelo o la modelo es muchas veces multiplicada en los medios de telecomunicación. Pero después, como a los actores y actrices, se le pide que hable, que muestre algo más que una cara o un vestido, que no se convierta en fetiche, que posea de verdad su propia imagen, que no sea sólo lo que parece.


Quien adora el fetiche querrá repetir en sí una elegancia mecánica e imitada, carente de respeto por lo que uno o una es de modo propio y original. Lo importante de la elegancia es que no sea sólo imitación exterior, sino expresión de un mundo auténticamente personal. Esto es lo que he querido decir, amigo lector. Si el hombre habla, no sólo con sus palabras, sino también con su expresión, con su gesto, con su figura, con su vestido y apariencia, decir las cosas bellamente se torna no sólo bueno, sino deseable, pues al ejercerse nos dignifica como personas y eleva al nivel de lo verdaderamente humano la comunidad de vida que tenemos con los demás.

TAL COMO ESTABAS


En el recuerdo estás tal como estabas.
Mi conciencia ya era esta conciencia,
pero yo estaba triste, siempre triste,
porque aún mi presencia no era la semejante
de esta final conciencia

Entre aquellos geranios, bajo aquel limón,
junto a aquel pozo, con aquella niña,
tu luz estaba allí, dios deseante;
tú estabas a mi lado,
dios deseado,
pero no habías entrado todavía en mí.

El sol, el azul, el oro eran,
como la luna y las estrellas,
tu chispear y tu coloración completa,
pero yo no podía cogerte con tu esencia,
la esencia se me iba
(como la mariposa de la forma)
porque la forma estaba en mí
y al correr tras lo otro la dejaba;
tanto, tan fiel que la llevaba,
que no me parecía lo que era.

Y hoy, así, sin yo saber por qué,
la tengo entera, entera.
No sé qué día fue ni con qué luz
vino a un jardín, tal vez, casa, mar, monte,
y vi que era mi nombre sin mi nombre,
sin mi sombra, mi nombre,
el nombre que yo tuve antes de ser
oculto en este ser que me cansaba,
porque no era este ser que hoy he fijado
(que pude no fijar)
para todo el futuro iluminado
iluminante,
dios deseado y deseante.

Juan Ramón Jiménez

Dama con perro


Esta fotografía es la primera obra de arte que forma parte de mi colección.
La colección está dedicada a la Elegancia.
¿Pero que és la Elegancia? He encontrado dos citas, ambas de Balzac.

Elegancia es la ciencia de no hacer nada igual que los demás, pareciendo que se hace todo de la misma manera que ellos.


Honoré de Balzac (1799-1850) Escritor francés.



Un efecto esencial de la elegancia es ocultar sus medios.


Honoré de Balzac (1799-1850) Escritor francés.



Estas citas me parecen insuficientes. Encuentro una más.


El Diccionario de la Real Academia Española nos informa que “elegante” significa “dotado de gracia, nobleza y sencillez; airoso, bien proporcionado, de buen gusto”.


Insuficiente.


La Elegancia es un halo de misterio que dota a personas y cosas. Y es lo que exactamente me propongo a averiguar con esta colección.

¿Seré capaz de encontrar la elegancia? ¿O ella me encontrará a mi? ¿Dónde me quiere llevar?

Muchos retos me esperan, pero no pienso quedarme en la superficialidad, quiero sentirla, alcanzarla...

Ya que la elegancia es un misterio, no solo reduciré mi búsqueda al arte... estaré receptiva a todos los campos.., observar el vuelo de un ave...etc.

Pero será mi colección de arte la que lo manifieste.

Como soy una mileurista de momento, tenéis que tener paciencia... o bien rezar para que me suban el sueldo.


martes, 30 de junio de 2009

Dioses Perdidos


Creía que eras Dios.

Ahora he crecido y te he bajado del altar,

El altar está vacío y solo Dios lo llenará.

Por mi Dios mendiga fuí, he pedido caridad,

esclava del silencio, la soledad.

Llené mi boca de no verdades, viviendo en

la superficialidad.

Creía que eras Dios, que ingenuidad.


Dedicado a mi falso Dios... inconsciente y encantador.




Ansiedades de creación...


Ansiedades de creación... de construcción...todos queremos ser el árbol más alto y no miramos nuestras raíces...
Nadie nos ha explicado que son ellas las que nos mantienen, tan desconocidas, tan escondidas, solo podemos sentirlas...
En éstos tiempos de vientos...miramos hacía abajo buscando el consuelo...
Árboles os equivocáis, con la mirada no se ven! Las raíces se sienten... son misteriosas..
Dejaros abrazar por las de los más ancianos, sólo así encontraréis consuelo, sujetadas a la tierra, entrelazadas con las demás...
¿No es más justo que el sol nos llegue a todos nosotros?
Dedicada a Iván Bofarull, amante de las raíces... soñador de árboles sólidos.

Soliloquio del Farero

Cómo llenarte, soledad,
Sino contigo misma...

De niño, entre las pobres guaridas de la
tierra,
Quieto en ángulo oscuro,
Buscaba en ti, encendida guirnalda,
Mis auroras futuras y furtivos nocturnos,
Y en ti los vislumbraba,
Naturales y exactos, también libres y fieles,
A semejanza mía,
A semejanza tuya, eterna soledad.

Me perdí luego por la tierra injusta
Como quien busca amigos o ignorados
amantes;
Diverso con el mundo,
Fuí luz serena y anhelo desbocado,
Y en la lluvia sombría o en el sol evidente
Quería una verdad que a ti te traicionase,
Olvidando en mi afán
Cómo las alas fugitivas su propia nube
crean.

Y al velarse a mis ojos
Con nubes sobre nubes de otoño desbordado
La luz de aquellos días en ti misma entrevistos,
Te negué por bien poco;
Por menudos amores ni ciertos ni fingidos,
Por quietas amistades de sillón y de gesto,
Por un nombre de reducida cola en un
mundo fantasma,
Por los viejos placeres prohibidos
Como por los permitidos naseabundos,
Utiles solamente para el elegante salón
susurrado,
En bocas de mentira y palabras de hielo.

Por ti me encuentro ahora el eco de la
antigua persona
Que yo fuí,
Que yo mismo manché con aquellas juveniles
traiciones;
Por ti me encuentro ahora, constelados
hallazgos,
Limpios de otro deseo,
El sol, mi dios, la noche rumorosa,
La lluvia, intimidad de siempre,
El bosque y su alentar pagano,
El mar, el mar como su nombre hermoso;
Y sobre todos ellos,
Cuerpo oscuro y esbelto,
Te encuentro a ti, tú, soledad tan mía,
Y tú me das fuerza y debilidad
Como el ave cansada los brazos de la piedra.

Acodado al balcón miro insaciable el oleaje,
Oigo sus oscuras imprecaciones,
Contemplo sus blancas caricias;
Y erguido desde cuna vigilante
Soy en la noche un diamante que gira ad-
virtiendo a los hombres,
Por quienes vivo, aun cuando no los vea;
Y así, lejos de ellos,
Ya olvidados sus nombres, los amo en
muchedumbres,
Roncas y violentas como el mar, mi morada,
Puras ante la espera de una revolución
ardiente
O rendidas y dóciles, como el mar sabe serlo
Cuando toca la hora de reposo que su
fuerza conquista.

Tú, verdad solitaria,
Transparente pasión, mi soledad de siempre,
Eres inmenso abrazo;
El sol, el mar,
La oscuridad, la estepa,
El hombre y su deseo,
La airada muchedumbre,
¿Qué son sino tú misma?

Por ti, mi soledad, los busqué un día;
En ti, mi soledad, los amo ahora.

Luis Cernuda. La Realidad y el Deseo. (1936) Invocaciones.

Diegesis

De este modo el narrador cuenta su historia...